Admito que, cuando alguien se atreve a criticar mis actitudes o mis aptitudes, me siento molesto; sobre todo si no estoy de acuerdo en el motivo (lo que acostumbra a ser casi siempre).
Cuando el criticador está además en una posición de poder sobre el criticado (o sea, yo), la situación es todavía más irritable porque, en muchas ocasiones, el derecho a réplica está vetado.
Es en ese momento cuando deseo que algo o alguien me ayude a demostrar que la razón está de mi lado, que la crítica era vana, para que el daño que pretendían hacerme se vuelva en contra… Algo así como que: “el tiempo pondrá a cada uno en su sitio”.
Y si ocurre, entonces, que gozada, que placer… Lástima tener que reprimir el impulso de girarme y decir: ¡Lo ves, no teníais razón! (y si me había tocado mucho la moral, añadir algún calificativo me produciría una sensación de alivio difícil de explicar)
Bueno, pues me ha ocurrido hace poco, y ahora mismo desearía que todas y cada una de las personas que fueron tan críticas, tan desagradablemente ácidas conmigo, leyese ésto y se enterase de lo que pienso.
No voy a cometer la torpeza de intentar abrirles los ojos, seguirán ciegos porque no quieren ver, pero una sonrisilla malvada y cierta sorna cuando hable con ellos, no me la quita nadie, al fin y al cabo soy humano.