El Diccionario de la Real Academia define la palabra crueldad como: «acción cruel e inhumana»; y cruel sería: «que se deleita en hacer sufrir o se complace en los padecimientos ajenos».
Todos podemos imaginar actos de esta naturaleza, y pensar en personas (por denominarlos de alguna manera) capaces de cometerlos.
Hasta aquí, sencillo. ¿No?
Pero ¿qué es exactamente ser cruel? ¿qué es la crueldad?
¿Son actos de crueldad la violencia de género? ¿Lo son acaso los espectáculos con animales?
Por supuesto que sí, pero no lo son menos los que cada día cometemos sin apenas reparar en ellos. Mirar las noticias, o leer en la prensa, que miles de personas mueren diariamente de inanición, torturadas, en guerras o actos terroristas nos conmueve profundamente, pero automáticamente lo apartamos y proseguimos con nuestro quehacer diario. Relegamos algo que nos repele a un segundo plano.
Es tristemente cierto, sea cual sea la noticia, por escalofriante que pueda llegar a ser, al poco tiempo se convierte en una mera anécdota. Una anécdota que comentaremos con alguien en una de esas conversaciones que areglan el mundo, conversaciones que al final serán tan sólo palabras porque muy pocos hacemos realmente nada… Eso nos convierte también en crueles (al menos en cómplices) No porque nos deleite, sino porque es inhumano olvidar el sufrimiento que hace padecer a los demás.
No sólo es cruel el que hace daño, también lo es el que no hace nada para evitarlo.
En resumen, a mi modo de ver, la mayor crueldad es sumir en el profundo pozo del olvido a alguien, sea por el motivo que sea; nadie merece ser olvidado, porque recordándole hacemos que siga viviendo.
Ahora sólo faltaría poder hacerle llegar el mensaje, diciéndole:
«Estoy ayudándote a vivir, porque en mi pensamiento diario te doy ánimo y fuerza para seguir luchando. Nunca te olvido.»
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