Cuando hubo dado el último retoque a su obra, el artesano balanceó su propio cuerno con ambas alas y, agitándolas, se suspendió en el aire; aleccionó también a su hijo diciéndole:
«Te advierto, Ícaro, que debes volar a media altura, para evitar que las olas recarguen tus alas si vas demasiado bajo, y que el calor las queme si demasiado alto; vuela entre mar y cielo. Te aconsejo que no mires al Boyero ni a la Hélice ni tampoco a la espada desnuda de Orión; ¡vuela detrás de mí!».
Algún pescador cuando capturaba peces con temblorosa caña, algún pastor apoyado en su báculo, o algún labrador en la estepa, los vio y se quedaron atónitos, y creyeron que eran dioses, puesto que podían surcar los cielos.
Ovidio
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