Año: 2004

  • Cuestión de higiene

    Me siento sucio, creo que necesito una limpieza a fondo, pero me asusta; hace demasiado tiempo que sólo me dedico a limpiar lo que se ve, y empieza a notarse la acumulación en determinadas zonas. Es tal la cantidad de mugre que voy a necesitar ayuda para quedar bien limpio, y aunque gozo de buena memoria, apenas recuerdo la última vez que me hice un tratamiento completo.

    Fue hace mucho tiempo, pero añoro aquella sensación de frescor, sentirme más ligero, rápido como el viento, casi podría decirse que notaba el espacio libre que había dejado la sesión de higiene, era una sensación maravillosa.

    Luego poco a poco, un día por otro, lo vas dejando, llegan invitados que se quedan más tiempo del que deseas y otros, aunque se marchen enseguida, siempre me dejan algún recuerdo del que no consigo desprenderme y, claro, todo ayuda a engordar la parte sucia.

    Un momento por favor, mi videoteléfono me indica que he recibido un mensaje, voy a ver de que se trata…

    … ¡Por fin! ya me han dado hora, y además vienen a domicilio, va a ser una auténtica gozada.

    Os lo recomiendo para vosotros también, y no sale muy caro, un format c: con reposición de software completa y sin pérdida de documentos sólo por unas 24 horas, ¿qué más se puede pedir?

  • Escribo, luego existo

    Me siento extraño al sentarme frente al ordenador para eplicarle mis vivencias, sí, ya se que inauguré el blog con esa intención, pero han sido días y días de reflexión hasta decidirme.

    En estos últimos meses (desde que descubrí el mundo de los blog) he paseado entre muchos de ellos, como simple expectador, como “voyeur” tímido y silencioso, buscando una fuente de inspiración, no es que no tenga nada que decir, simplemente es que me faltaba un empujón para empezar y quería ver como lo hacían los demás. No debería importarme como lo hago, puesto que son mis palabras y mi forma de expresarlas, y quien quiera que las lea deberá interpretar qué y cómo pienso, algo para lo que nunca serviría el estilo de otros.

    Me he asombrado de cómo algunos son capaces de explicar bellas historias relatando lo cotidiano, de aquellos otros cuya profundidad de pensamiento va mucho más allá de cualquier razonamiento filosófico; me han alarmado los que usan su afilada lengua para desmerecer a los demás; me han sorprendido los que de forma altruista ponen la información al alcance de los demás, y los que se “mojan” con sus opiniones; me han fastidiado los que se ocultan y aprovechan el anonimato para hacer vacuas aseveraciones sin pies ni cabeza.

    No, no me he caido de la parra, ya se que todo eso (lo bueno y lo malo) existe y que debemos convivir todos los días con ello, mi auténtica sorpresa ha sido descubrir que las personas que lanzan al mundo esas palabras, lo hacen sin saber si alguien las verá algún día. Ahora yo deberé incluirme entre ellos, pero yo soy de los que necesitan retroalimentarse de los demás, no creo que subsista si no recibo palabras de ánimo (o de critica, da igual) necesito saber que para los demás también existo.

    Mis respetos a los autores (anónimos o no) qué contando sus historias, desnudando su intimidad, me han hecho reflexionar o, simplemente, pasar un buen rato. Gracias a todos por ello.

  • El Jefe

    Cuando se hizo el cuerpo humano, todas sus partes querían ser el jefe.

    El cerebro dijo:
    “Ya que yo controlo esto y pienso por todos, yo debería ser el jefe”.

    Los pies dijeron:
    “Ya que nosotros transportamos al cuerpo allá donde desea el cerebro, y le permitimos así hacer lo qie él quiera, nosotros deberíamos ser el jefe”.

    Las manos dijeron:
    “Ya que nosotras hacemos todo el trabajo, y ganamos el dinero parra mantener todo el cuerpo, nosotras deberíamos ser el jefe”.

    Y así siguieron el corazón, los ojos, las orejas y los pulmones.

    Por fin, el ojo del culo habló y pidió ser el jefe.
    Las otras partes del cuerpo se echaron a reir ante la idea de que un ojo del culo pudiera ser el jefe.

    El ojo del culo montó en cólera, se cerró y se negó a funcionar.

    Rápidamente el cerebro enfebreció, los ojos se pusieron bizcos y vidriosos, los pies estaban demasiado débiles para andar, las manos colgaban sin fuerza, y el corazón y los pulmones luchaban por sobrevivir.

    Entonces, todos pidieron al cerebro que cediera y permitiera al ojo del culo ser el jefe; éste cedió y así se hizo.

    Todas las otras partes del cuerpo hacían el trabajo, mientras que el ojo del culo les dirigía a todos y se ocupaba principalmente de la mierda como todo jefe digno de este título.

    Moraleja:
    No hace ninguna falta ser un cerebro para llegar a ser jefe, un ojo del culo tiene claramente más posibilidades.
    ¡Mira a tu alrededor para convencerte!

  • Papá olvida

    Escucha, hijo:

    Voy a decirte esto mientras duermes, con una manita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo a tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

    Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo, te regañé porque no te limpiaste los zapatos, te grité porque dejaste caer algo al suelo.

    Durante el desayuno te regañé también; volcaste las cosas, tragaste la comida sin cuidado, pusiste los codos sobre la mesa, untaste demasiado el pan con mantequilla… Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con la mano y dijiste; “¡Adiós, papito!” y yo, fruncí el entrecejo y te respondí: “¡Ten erguidos los hombros!”.

    Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarme a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mí diciéndote: “¡Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tu, serías mas cuidadoso!”. Pensar, hijo, que un padre diga eso.

    ¿Recuerdas, mas tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. “¿Qué quieres ahora?” te dije bruscamente.

    Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que ni aún el descuido ajeno puede agostar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

    Bien, hijo; poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que yo esperaba demasiado de ti, y medía según la vara de mis años maduros.

    Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada mas que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu cama en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

    Es una pobre explicación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero “papito“. Seré tu compañero, y sufriré cuando tu sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: “No es más que un niño, un niño pequeño”.

    Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro.

    He pedido demasiado, hijo, demasiado…

    Original de: W. Livingston Larned

  • El remero

    Cuentan las crónicas que en el año 94, se celebró una competición de remo entre dos equipos, uno compuesto por trabajadores de España S.A., y otro por sus colegas de una entidad similar japonesa.

    Se dio la salida y los remeros japoneses se empezaron a destacar desde el primer momento. Llegaron a la meta y el equipo español lo hizo con una hora de retraso sobre los nipones.

    De vuelta a casa, la Dirección se reunió para analizar las causas de tan bochornosa actuación, y llegaron a la siguiente conclusión:

    “Se ha podido detectar que en el equipo japonés, había un jefe de equipo y diez remeros, mientras que en el equipo español había un remero y diez jefes de servicio, por lo que, para el año próximo, se tomarán las medidas adecuadas.”

    En el año 95 se dio de nuevo la salida y nuevamente el equipo japonés se empezó a distanciar desde la primera remada. El equipo español llegó esta vez con dos horas y media de retraso sobre el nipón.

    Después del sonado rapapolvo de Gerencia, la Dirección se volvió a reunir para estudiar lo acaecido, y vieron que ese año, el equipo japonés se compuso nuevamente de un jefe de equipo y diez remeros, mientras que el español, tras las eficaces medidas tomadas el año pasado, se compuso de un jefe de servicio, dos asesores de gerencia, siete jefes de sección y un remero. Por lo que, tras un minucioso análisis se llega a la siguiente conclusión:

    “El remero es un incompetente.”

    En el año 96, como no podía ser diferente, el equipo japonés se escapó nada más dar la salida. La trainera española, que este año se había encargado al departamento de nuevas tecnologías, llegó con cuatro horas de retraso.

    Tras la regata y a fin de evaluar los resultados, se celebró una reunión de alto nivel en la cuarta planta del edificio. Se analizó que el equipo japonés había optado, una vez más, por la composición tradicional de un jefe de equipo y diez remeros.

    El equipo español, tras una auditoria externa y el asesoramiento especial del departamento de informática, había resuelto por una formación mucho más vanguardista compuesta por un jefe de servicio, tres jefes de sección con plus de productividad, dos auditores de Arthur Andersen y cuatro vigilantes jurados que no quitaban ojo de encima al único remero del equipo, al que habían amonestado y castigado, quitándole los pluses e incentivos, por el fracaso del año anterior. Al fin, tras varias horas de reuniones, se acordó:

    “En la regata del 97, el remero será de una contrata externa. Dado que, a partir de la vigésimo quinta milla marina, se ha venido observando cierta dejadez en el remero de plantilla que rozaba el pasotismo en la línea de meta.”

  • La secretaria

    ¡Ayúdame Dios mío!
    A ser una buena secretaria y dame una memoria de elefante para acordarme donde dejó mi jefe cada papel que pasó por sus manos y que después de 2 o 3 años quiere que se los traiga porque se imagina que me los dio.

    ¡Ayúdame Dios mío!
    Para poder hacer seis cosas al mismo tiempo y rápido; dame tres o cuatro orejas para otros tanto teléfonos que suenan a la vez; varias manos para taquigrafía, máquina, archivo, recados y hacer café; unos cuantos ojos más para ver si sale mi jefe, para ver si llega, a quien espera o si llegó, para quien no quiere estar. Tener dedos de pianista; piernas de avestruz y nervios de astronauta.

    ¡Ayúdame Dios mío!
    Para hacer rápido la carta “urgente” que me dicta a velocidad supersónica, porque me la debería haber dictado ayer y tenía que haber salido un día antes y que después de hecha, se queda tres días sin firmar, con el consiguiente e inminente ataque de histeria al que debo sobreponerme.

    ¡Ayúdame Dios mío!
    Para no perder la paciencia, ni siquiera en el caso de que mi jefe, después de haberme hecho buscar durante horas un documento o carta, me anuncie, sonriendo y sin inmutarse, que hace una hora logro encontrarla en su escritorio.

    ¡Ayúdame Dios mío!
    Para adivinar cuales son los papeles que no debo romper, cuando se me ordena hacerlo, porque me los van a pedir después con urgencia y me van a hacer buscarlos en la basura, si todavía están, y jugar al rompecabezas, sin que se noten las roturas.

    ¡Ayúdame Dios mío!
    Para no creerme todo lo que me dice mi jefe en el sentido de que soy indispensable para el éxito de la empresa, que soy muy capaz, eficiente y trabajadora, porque a su primer grito destemplado, ladrando entre montañas de papeles sobre su escritorio, se me bajan hasta el suelo los aires de grandeza, las ilusiones y todo lo demás.

    Si pudieras conseguirme esto, Señor, te estaría eternamente agradecida.

  • Carta del Jefe Indio Seattle

    El gran jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras junto con palabras de buena voluntad. Mucho agradecemos este detalle porque de sobras conocemos la poca falta que les hace nuestra amistad.

    Queremos considerar el ofrecimiento porque también sabemos de sobra que, si no lo hiciéramos, los rostros pálidos nos arrebatarían las tierras con armas de fuego.

    ¿Pero cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos… son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo.

    Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos, en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

    El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos, tendréis que recordar que son sagrados y enseñarlo así a vuestros hijos.

    También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas, nos procuran peces. Además, cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes, el murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington: los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y también suyos. Y por tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.

    Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra que otro, porque no la ve como hermana, sino como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y sigue caminando.

    Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos y tampoco le importa. No le importan la tumba de sus antepasados ni el patrimonio de sus hijos olvidados. Trata a su madre la tierra y a su hermano el firmamento como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas y cuentas de colores. Su apetito devora la tierra dejando detrás todo un desierto.

    No lo puedo entender. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre PIEL ROJA. Quizá sea porque somos salvajes y no podemos comprenderlo. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto.

    Quizá es que soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: “¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la balsa?” Soy un piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de este mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.

    Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra, cuando no sea mas que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por una pradera, entonces todavía esta riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos este país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.

    Si decidiese aceptar vuestra oferta tendré que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de esta tierra como hermanos. Soy salvaje y no comprendo otro modo de vida.

    Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.

    ¿Qué puede ser el hombre sin los animales? Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que le pasa a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.

    Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.

    De una cosa estamos bien seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. El hombre no tejió la trama de la vida. Él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos.

    Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios. Vosotros podéis pensar ahora que Él os pertenece, lo mismo que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan. Pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña provocaría la ira del Creador.

    También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida. Sólo es uno de esos hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red.

    Todo está ligado entre sí como la sangre de una familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros excrementos.

    Pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y esplendor por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines.

    ¿Dónde está el bosque espeso?… Desapareció.

    ¿Dónde está el águila?… Desapareció.

    Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.

  • ¿Qué sabe nadie?

    ¡Azul!

    Me había costado un tremendo esfuerzo pero al final lo había conseguido, ahora sólo necesitaba que mi memoria no volviese a fallar…

  • La verdad de la vida

    Dios creó al burro y le dijo:
    “Serás burro, trabajaras incesantemente de sol a sol, cargando bolsas en el lomo, comerás pasto, no tendrás inteligencia y vivirás 50 años”.
    El burro contesto:
    “Señor, seré burro, pero vivir 50 años es demasiado para mi; dame solamente 20 años”.
    Dios se los concedió.

    Dios creo al perro y le dijo:
    “Cuidaras la casa del hombre, serás su mejor amigo, comerás los huesos que te den y vivirás 25 años”.
    El perro contesto:
    “Señor, seré perro, pero vivir 25 años es demasiado, dame 10 años nada más”.
    Dios se los concedió.

    Dios creo al mono y le dijo:
    “Serás mono, saltaras de rama en rama haciendo payasadas, serás divertido y vivirás 20 años”.
    Y el mono contesto:
    “Señor vivir 20 años es demasiado, dame solo 10 años”.
    Y Dios se los concedió.

    Finalmente Dios creo al hombre y le dijo:
    “Serás hombre, el único ser normal sobre la tierra; usarás tu inteligencia para preponderar sobre todos los animales, dominarás el mundo y vivirás 20 años”.
    El hombre respondió:
    “Señor, seré hombre; pero vivir 20 años es muy poco, dame los 30 que el burro rehusó, los 15 que el perro no quiso y los 10 que el mono rechazó”.

    Así hizo Dios y desde entonces el hombre vive 20 años como hombre,
    se casa y pasa 30 años como burro, trabajando y cargando con todo el peso sobre su hombro.
    Después, cuando los hijos se van vive 15 años de perro cuidando la casa, para luego llegar a viejo, jubilarse y vivir 10 años de mono, saltando de casa en casa o de hijo en hijo, haciendo payasadas para divertir a los nietos.

  • ¡Querida Amiga!

    Querida Amiga:

    Se que cuando recibas esta carta no te afectará lo que pongo en ella, ya que seguirás teniendo tantos admiradores como, por desgracia, siempre has tenido.

    Cuando nos presentaron, apenas me gustaste. Fue el paso de los días lo que hizo que, poco a poco me gustase cada vez más estar contigo.
    Ya no me conformaba con verte sólo los fines de semana, sino que también salía a tu encuentro cualquier día.

    Fue tanto el gusto que le cogí a nuestra relación que ya apenas salía con mis compañeros.
    Poco a poco me fui apartando de ellos, unos porque no te querían y me aconsejaban que te dejara y otros porque también estaban enamorados de ti, y no quería compartirte con ellos.

    Nuestra relación cada vez se hacía más íntima. Yo no vivía sino para ti. Mi primer error fue dejar de lado a mi familia.
    Más tarde y, también por tu culpa, perdí mi trabajo porque no le prestaba la atención suficiente. Terminaron por despedirme.

    Pero nuestra relación seguía hacia delante. Era tal la dependencia que tenía por ti que ya apenas podía hacer nada si no te tenía a mi lado.
    Con todo hay que añadir que el tren de vida al que me tenías sometido. Pronto tuve que robar para poder estar juntos aunque tú, no contenta con lo que estabas haciendo a mi vida, cada vez me exigías más.
    Has deteriorado mi vida, mi salud, mis proyectos, mi libertad…

    Gracias a Dios me he dado cuenta a tiempo de que tu relación sólo me trae desgracia.
    Es por eso que he decidido escribirte estas líneas para romper definitivamente, con la esperanza de que todo aquel que lea esta carta y tenga la desgracia de haberte conocido, también pueda darse cuenta a tiempo de que también destrozarás su vida.

    ¡HASTA NUNCA!

    P.D.: Si tienes la desgracia de conocerla, y tu amor por ella te impide dejarla, pide ayuda y, sobre todo, no se la presentes a ningún amigo que quieras de verdad.

    DIRIGIDA A LA DROGA