¡Ayúdame Dios mío!
A ser una buena secretaria y dame una memoria de elefante para acordarme donde dejó mi jefe cada papel que pasó por sus manos y que después de 2 o 3 años quiere que se los traiga porque se imagina que me los dio.
¡Ayúdame Dios mío!
Para poder hacer seis cosas al mismo tiempo y rápido; dame tres o cuatro orejas para otros tanto teléfonos que suenan a la vez; varias manos para taquigrafía, máquina, archivo, recados y hacer café; unos cuantos ojos más para ver si sale mi jefe, para ver si llega, a quien espera o si llegó, para quien no quiere estar. Tener dedos de pianista; piernas de avestruz y nervios de astronauta.
¡Ayúdame Dios mío!
Para hacer rápido la carta “urgente” que me dicta a velocidad supersónica, porque me la debería haber dictado ayer y tenía que haber salido un día antes y que después de hecha, se queda tres días sin firmar, con el consiguiente e inminente ataque de histeria al que debo sobreponerme.
¡Ayúdame Dios mío!
Para no perder la paciencia, ni siquiera en el caso de que mi jefe, después de haberme hecho buscar durante horas un documento o carta, me anuncie, sonriendo y sin inmutarse, que hace una hora logro encontrarla en su escritorio.
¡Ayúdame Dios mío!
Para adivinar cuales son los papeles que no debo romper, cuando se me ordena hacerlo, porque me los van a pedir después con urgencia y me van a hacer buscarlos en la basura, si todavía están, y jugar al rompecabezas, sin que se noten las roturas.
¡Ayúdame Dios mío!
Para no creerme todo lo que me dice mi jefe en el sentido de que soy indispensable para el éxito de la empresa, que soy muy capaz, eficiente y trabajadora, porque a su primer grito destemplado, ladrando entre montañas de papeles sobre su escritorio, se me bajan hasta el suelo los aires de grandeza, las ilusiones y todo lo demás.
Si pudieras conseguirme esto, Señor, te estaría eternamente agradecida.