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Un mundo mejor

Aquí estoy, reflexionando sobre un reportaje que vi hace días por televisión. Resulta aberrante que hoy día aún se hable sobre el hambre en el mundo. Puede parecer un tópico, pero deberíamos hacer algo por evitarlo.

Durante días me ronda en la cabeza aquella imagen de niños hambrientos.

Se han recrudecido las guerras y se acerca el invierno. Cuánto frío deben pasar esas personas sin hogar. Estoy triste.

Esta noche me he propuesto arreglar el mundo, voy a pensar en una solución, voy a dejar que mi mente sea libre y busque la forma de crear algo bueno, un mundo mejor. Quiero tener un sueño.

¡Ojala fuese todo tan fácil!

* * * * *

Estoy en un paraje desértico, las personas que encuentro tienen una mirada profunda y desilusionada, parecen haber perdido la esperanza y las ganas de vivir. Los niños sin embargo parecen ajenos al sufrimiento, en sus delgados rostros destacan unos ojos que, sin apercibirse de ello, claman en silencio al resto de la humanidad.
Hace un calor insoportable y la falta de agua es notoria. Busco anhelante un árbol que me de sombra, desgraciadamente no quedan. Ni árboles ni agua, sólo ruinas y polvo.

Oigo un rumor lejano, es el fragor de una batalla. El desierto da paso a lo que en su día pudo ser una ciudad. El intenso bombardeo la ha asolado; aquí la expresión de las personas es de miedo, un miedo intenso, que sobrecoge. Hay más niños, niños que lloran; no entienden lo que está ocurriendo.
Un intenso frío hace que los rostros aparezcan todavía más patéticos. Comienza a nevar.

La nieve hace más dramático el paisaje, y sin embargo suaviza las formas, amortigua el clamor de la batalla. Luego, al fundirse, fluye lentamente, acariciando el castigado asfalto , lavando las manchas que los hombres han dejado; manchas de sangre, manchas de honor, porque nadie debiera matar a nadie.

Poco a poco, como huyendo de la ciudad, el agua llega al desierto, que ya no es tal, sino un vergel, y los rostros otrora tristes, se llenan de luz y esa luz alumbra la ciudad.
Ya no hay sed en el desierto, ya no hay guerra en la ciudad y nadie muere a manos de otro. Todo se vuelve alegre y luminoso, las casas se reconstruyen, se siembran cosechas en el regado desierto, y sus frutos mitigan el hambre de todos.

¿Y los niños?
Los niños vuelven a reír, y su risa acalla las voces inconscientes de aquellos que quieren mandar sobre los otros. Y la risa crece, y se hace más ruidosa, pero acompasada, y en lugar de ¡ja! ¡ja! ¡ja! lo que se oye es ¡paz! ¡paz! ¡paz!, y en esa paz me duermo.

* * * * *

Y mientras duermo sueño que todos estamos allí, ayudando; sería perfecto, pero sólo he conseguido soñar.

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