El viento, sensación de libertad, llamado por mil nombres, alma errante sin hogar, bohemio como los hombres.

Esa sensación que produce sentir el viento en el rostro, azotando tu cabello cuando sopla con brí­o; haciendo saltar tus lágrimas sin sentir pena y secándolas luego, como disculpándose por haberlas despertado.
Sentimiento de alegría que te trae la brisa fresca en la mañana, incitando a despertar, a vivir con intensidad mientras te susurra al oido palabras de ánimo.

Viento que canta entre los bosques, como si andar recorriendo la Tierra no le hiciera envejecer; o quizá no haya caido en la cuenta que nació con el mundo, y sigue buscando su camino sin saber que él mismo no tiene principio ni fin.

Viento que se persigue a si mismo sin saber que, por mucho que corra, jamás lo logrará.
Y al enfadarse vuelve a correr más y más, y en esa loca carrera que persigue la utopía desata su furia en el mar y en las tierras yermas, hasta que al encontrar la montaña en su camino, deja que ésta lo amanse y lo consuele dándole calor, suavizándolo, dejando que descanse y se duerma en el valle.

Soplo cálido o viento frío, que mas da.
Sólo cambia de vestido a medida que cambia de lugar, y puede ser que cuando viajemos nos encontremos de nuevo con él, porque él seguirá su camino y aunque no seremos capaces de reconocerle, tampoco podremos decir que no sea el mismo que nos hizo llegar la alegría una vez.

Él ya era viejo cuando nosotros llegamos, y sin embargo nos acompañó hasta aquí­, y seguirá acompañando a los viajeros hasta el fin de los tiempos.

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Categorías: Reflexiones

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